domingo, 15 de diciembre de 2013

AÑO 267 AC
MAGNA GRECIA
20 Km al Oeste de Cosenza Mar de Tirreno

Cneo Alsina y su Tribuno, Aurelio, se asomaron por la colina. Delante de ellos, se extendía la enorme planicie hasta llegar a la playa. El terreno era arenoso, y con poca vegetación. Salvo las colinas, no había otro tipo de cobertura. A mitad de camino, el campamento cartaginés se erguía desafiante.

- El prisionero habló con la verdad, señor. ¡Es increíble! Los cartagineses están aquí.
- Es una fuerza de avanzada, Tribuno. Probablemente estén preparando una invasión. Quieren saber a que se enfrentan y que poder de defensa tenemos. - Acostado en la arena, Alsina miró brevemente hacia atrás para asegurarse que sus hombres permaneciran ocultos. - Debemos aniquilarlos antes que reciban refuerzos, o quizá no seamos capaces de detenerlos.

El campamento estaba rodeado de una empalizada de madera, dejando cuatro aberturas. Una a cada lado del gran cuadrado. Las tiendas se disponían de forma muy parecida a un campamento romano. En el centro, una gran plaza obstentaba los estandartes de la unidad y algo más que no quedaba muy claro.

- Mira esa empalizada. La han construido mayormente con maderos de sus propios barcos. Están aquí para quedarse. Sin dudas esperan refuerzos.
- ¿Qué sugiere, señor? ¿Un ataque frontal? - Preguntó el tribuno.
- Si, no hay otra manera. Si esperamos la noche, puede que sea tarde. Nos desplegaremos por el frente y el flanco para dividir sus defensas utilizando nuestras fuerzas auxiliares. Los hastatis y yo, atacaremos la entrada principal. Prenderemos fuego a la empalizada y chocaremos de frente.

En el centro del campamento enemigo, algo inusual llamó la atención de ambos hombres. Eran más altos que las tiendas y se movían pesadamente. De repente, el sonido de bocina reverberó por todas la colinas.

- ¡Por todos los dioses, general! ¿Esos son elefantes?
- Es la guardia del general enemigo, Tribuno. ¿Tienes miedo? Pues más te vale. Pero son pocos, podremos con ellos.
El tribuno quedó en silencio. Era la primera vez que enfrentaría esas bestias personalmente. Alsina supo que por ahora podría engañar a aquel hombre, haciéndole pensar que no eran ninguna amenaza. Otra cosa sería, cuando los tuviera de frente.
- Prepara a los hombres. En cuanto vuelvan las patrullas, avísame.
- Si, su excelencia. - Dijo el tribuno arrastrándose como una víbora sobre su panza, hasta estar lo suficientemente cubierto por la colina para ponerse primero de rodillas, y luego de pie.

Cneo Alsina temía una trampa, y para ello había enviado varios jinetes a controlar los alrededores del campamento, más allá de la vista del enemigo. Necesitaba la confirmación que no había nadie más que aquellos que estaba viendo. Una vez que sus hombres salieran a la vista, ya no habría vuelta atrás.

Recibida la confirmación de las patrullas, los vélites y jabalineros romanos salieron primero a campo abierto portando antorchas. Dos unidades de hastatis cubriendo cada flanco, y la unidad personal de Alsina al centro. El campamento enemigo, se transformó en un hormiguero alborotado en cuanto notaron la presencia del enemigo.

Temiendo una salida repentina de los cartagineses, los romanos mantuvieron estrictamente su formación, listos para dar respuesta a una posible carga. Pero no sucedió. Los defensores tomaron posiciones en la empalizada de madera, y las enormes bestias permanecieron detrás, formando una linea estrecha.

Cuando alcanzaron una distancia prudente, una de las unidades de vélites, se separó del resto de la formación, y al trote se fueron ubicando al costado Norte del campamento enemigo. El resto de la fuerza, permaneció inmóvil frente a la puerta Este. Los defensores gritaban y blandían sus lanzas y escudos, dándose valor e intentando torcer la voluntad de los atacantes. Estaban tan cerca, que Alsina pudo escuchar al general púnico dando órdenes desde el centro del campamento, montado sobre uno de los seis elefantes majestuosos.

Al ver a sus hombres posicionados en el lugar acordado, el general romano levantó un brazo para que todas las unidades pudieran verlo claramente. Lo bajó de golpe para dar la señal y la lluvia de proyectiles y piedras cayeron sobre los defensores, tras una multitud de silbidos disonates terroríficos. Casi inmediatamente, una tanda de cartagineses en primera línea, se retorcieron con los golpes, a medida que las heridas dejaban escapar hilos de sangre en algunos casos, y estallidos de chorros en otros. Los escudos no podían parar completamente la gran cantidad de objetos contundentes que caían sobre los soldados. Los gritos de euforia daban paso a alaridos de dolor.

En la puerta Norte, los vélites también arrojaban proyectiles. Una formación de lanceros, se deprendió del centro del campamento y cargó sobre ellos. Los romanos, corrieron en fuga hacia una ladera, perseguidos por aquellos hombres enfurecidos que pretendían darles caza.

Fue entonces, cuando dos unidades de jabalineros, se adelantaron al resto de los auxiliares, hasta tener a tiro a los elefantes. Y a riesgo de ser alcanzados por sus propios pares que lanzaban tras de ellos todo tipo de objetos, hicieron lo propio con sus jabalinas. Las bestias se erguían de dolor al recibir las lanzas que herían su piel. Desde lo alto de ellas, sus amos estiraban sus arcos y lanzaban flechas sobre sus atacantes, matando a muchos de ellos.

Alsina levantó su gladio, y tras blandirlo al aire lo apuntó hacia los cartagineses. Era la señal de avance de los hastatis, que hasta ahora permanecían ocultos tras sus escudos a la espera de aquella orden. La puerta Norte, se preparó para recibirlos. Repentinamente, la empalizada cobró vida y las llamas se elevaban dejando una densa cortina de humo asfixiante. Incluso algunas, presas de las llamas, caían encima de los defensores que las ocupaban, matando a muchos de ellos en un fuego infernal.

Al fin, las tres unidades de hastatis, chocaron cuerpo a cuerpo a los defensores. Los elefantes, aterrorizados por los gritos desgarradores de los hombres, pronto entraron en pánico y pisotearon a todos aquellos que se interponían a sus movimientos. El cielo se grisó de lanzas y proyectiles y no dejaban de herirlos continuamente. Algunos de ellos comenzaron a caer exhaustos y moribundos, arrastrando consigo a los que intentaban manejarlos.

Los hombres luchaban y se mataban sin descansos. Rápidamente, la entrada del campamento se colmó de sangre y barro debajo de una capa de cuerpos desmembrados y mutilados. Los romanos avanzaban pisando aquella alfombra de horror. Los cartagineses comenzaron a ceder frente al empuje de sus enemigos y cuando el último elefante huyó, todo fue corridas, gritos y desesperación por salvar la vida.