martes, 26 de noviembre de 2013

Un Comienzo (Parte 2)

AÑO 269 AC
COSENZA - Provincia de Magna Grecia



Cneo Alsina, había dormido poco. Con la reducción de impuestos otorgada por el Senado, su rutina ahora estaba totalmente alterada. Montado sobre su caballo y moviéndose al paso, observó las obras de construcción de la nueva villa. Los esclavos iban y venían cargando todo tipo de materiales, bajo las rígidas órdenes de sus capataces. Cosenza, parecía despertar de un gran letargo, pero todavía quedaba mucho por hacer.

Al llegar al fin de la calle, lo espera el prefecto Libio, acompañado por un grupo de oficiales que al ver a su "Legatus", casi de manera automática llevaron su mano derecha al pecho en señal de respeto. Cneo Alsina se apeó del caballo y se dirigió directamente a ellos.

- ¡Salve, Excelencia!
- Salve, Libio. - Respondió Alsina con la parquedad propia del cansancio, mientras entregaba las riendas de su monta a uno de los soldados que componían aquel grupo.
- Hemos recibido noticias de Roma, señor. El general Julio Libo, está a las puertas de Velatri. El asedio ya lleva un par de meses.
- Buenas noticias, Libio. - Alsina continuó su marcha y Libio y sus hombres lo siguieron. - ¿Puede hablar el prisionero? Supongo que aún continúa vivo tal cual mis órdenes. - amenazó el Legatus.
- ¡Así es, Legatus! Me he asegurado personalmente que no lo aporreen... - hizo una pausa - demasiado.

Alsina ingresó a la estancia en dónde dos soldados hacían guardia en la puerta. Inmediatamente se irguieron ante la presencia de Alsina, que atravesó la entrada como si no estuviesen.

- ¡Carcelero, traed al prisionero. El Legatus desea hablar con él!

Un veterano soldado, hizo una reverencia sin decir palabra, para salir corriendo a través de un pasillo. Alsina tomó asiento frente a una pequeña mesa, que reposaba debajo de una abertura en la pared por la que entraba un tenue haz de luz solar. Todo el grupo de soldados que sumaban cinco junto a su prefecto, permanecieron detrás de él.

Casi inmediatamente, un ruido a metal reverberó en las paredes. Un hombre con aspecto delgado y barbudo, con el pelo largo y descuidado, apareció en la escena cargando grilletes y cadenas en manos y pies. Un solo puntapié certero en la parte posterior de sus piernas, hizo que el prisionero posara pesadamente sus rodillas en el piso de piedra irregular de la habitación. La luz del sol se posó sobre él y dejó ver rasgos de su otrora bonanza. Su cabeza acompañó el movimiento ocultando su rostro. Pero Alsina pudo ver los magullones en sus brazos y piernas, y un ojo completamente cerrado por la hinchazón provocada por el castigo. El hombre había recibido una buena paliza.

- ¿Puedes entender lo que te hablo? - Preguntó Alsina al prisionero, que asintió con un leve movimiento de su cabeza, pero sin emitir palabra alguna.
- Bien, porque necesito que te quede muy claro lo que voy a decirte. - La voz de Alsina sonaba terminante y segura. Sus años a cargo de hombres de todo tipo de calaña, le daban la experiencia de tratar casi con cualquier situación.
- Quiero que empieces a hablar y lo cuentes todo sin obviar detalles. Tu vida está acabada, pero aún puedo decidir de qué manera vas a perderla. Si me complacen tus palabras, te prometo que será rápida. - No hizo falta que mencionara la otra opción.

Alsina salió de la estancia unos minutos después, con la misma urgencia que entró, seguido nuevamente por su prefecto y el resto de los soldados. Tomó las riendas de su caballo, y con un movimiento ágil saltó sobre el lomo. Ante el silencio, Libio no pudo contener la pregunta.

- ¿Qué hacemos con el prisionero, Legatus?
-  Decapitadlo. Y asegúrate que su cabeza sea vista por toda Cosenza. El mensaje debe ser claro e inequívoco. - Respondió Alsina desde la altura de su montura a la vez que se ponía en marcha.
- Así será, señor.

AÑO 268 AC
FORO DE ROMA


- ¡VELATRI HA CAÍDO! ¡VELATRI HA CAÍDO! ¡LIBO HA TRIUNFADO! ¡ROMA INVICTA!

El foro de Roma estaba colmado de gente. El joven corría y gritaba la buena noticia para que todos lo escucharan. Muy pronto desapareció entre el gentío que comentaba en susurros a medida que transcurría entre ellos. Lucio Papirio Cursoriano, atraído por el escándalo se había asomado a la puerta del Senado, junto a un grupo nutrido de sus pares. Un hombre entrado en años comentó a su oído:
- Tenemos que tener cuidado con Julio Libo, o muy pronto tendremos otro rival directo.
- Si - contestó Cursoriano asegurándose que nadie más que su interlocutor escuche - Lo detendremos en Velatri. Décimo ya está listo para partir rumbo a Arimino.
- ¿Cuenta con las fuerzas suficientes?
- Ha conseguido reunir una nueva legión. Deberá arreglárselas con lo que tiene. Esa estúpida decisión de los Cornelia de bajar los impuestos, nos ha dejado ya casi sin recursos para solventar más gastos.- comentó con una irritación contenida el senador.
- Si Décimo falla, estaríamos frente a una catástrofe.
- No fallará.
- ¿Que hay de la guerra con Cartago? No contamos con mucho tiempo - ambos hombres seguían hablando precavidos sin mirarse a la cara.
- El idiota de Alsina acaba morder el anzuelo. Ha asesinado al noble cartaginés y paseado su cabeza por toda Cosenza. Los púnicos están furiosos y declararán la guerra de un momento a otro. Ese estúpido de Cneo tiene las horas contadas, y quizá toda Magna Grecia también. Pero ya nos ocuparemos de eso cuando los Cornelia hayan desaparecido del Senado.

De repente, el otro senador tomó el brazo de Cursoriano con una mano y lo apretó con fuerza por debajo de la toga. Ahora si le dirigió una mirada casi fulminante.
- Escúchame, Lucio. Tu plan es demasiado arriesgado, y me temo que está lléndose de tus manos. Estás arriesgando media península. Si los cartagineses invaden el sur, tendremos serios problemas. Incluso Roma podría caer en manos de esos paganos, y perderíamos todo por lo que tanto hemos luchado. ¡Sería el fin!
Lucio Cursoriano tomó la mano de su interlocutor y con fuerza disimulada la apartó de su brazo.
- Siracusa está dispuesta a ayudarnos, si Roma se compromete a no atacarla. Los púnicos tienen sus propios problemas en África y apenas pueden ayudar a los etruscos para que sigan combatiendo. Nuestra preocupación debería ser deshacernos de Cneo Escipión Alsina.
- Pero Ceno Escipión Alsina ya lo sabe. Ahora será infinítamente más difícil llegarle. Estará precavido.
- Todo a su tiempo, mi querido amigo. Todo a su tiempo. - Aseguró Cursoriano con una mueca parecida a una sonrisa escondida.- Entremos. La sesión va a comenzar y hay mucho que discutir.

Ambos hombres entraron nuevamente al Senado. La sesión estaba a punto de comenzar.



POBLADO DE VELATRI
80 Kms al Norte de Roma

Julio Libo tenía todo planeado para marchar sobre el puerto de Arimino, cuando recibió órdenes del Senado para no moverse. Roma estaba convencida que los etruscos intentarían un ataque sobre Velatri desde Córcega por el mar, para intentar retomarla.

Póstuma Escápulo, había informado que algunos de los soldados sobrevivientes de la toma del poblado, habían huido hacia las montañas, y tras reclutar algunos campesinos, se habían unido a una pequeña fuerza organizada en Arimino y se dedicaban a saquear los asentamientos y granjas al pie de la Toscana.

La Legión I, debía reprimir cotinuamente a los saqueadores que bajaban de las montañas para robar, matar, violar e incluso secuestrar campecinos. La región se había vuelto sumamente inestable durante el último año de ocupación, pero poco a poco se iba apaciguando.

Mientras tanto, patrullas vigilaban constantemente las playas al norte del Mar Tirreno. La amenaza de una invasión etrusca desde Córcega, hacía que Libo se pusiera más furioso con cada día sin que ocurriera nada.

- ¡Malditos senadores inútiles! - Se decía a sí mismo Libo - ¡Arimino está a mi merced, y me han inmovilizado en este pueblo de mierda, para que mis hombres mueran en la caza de ladrones montañeses muertos de hambre! ¡ Es inaudito! - En sus manos sostenía el informe que reportaba la muerte de cuatro soldados durante una emboscada nocturna, realizada por los rebeldes al oeste del pueblo, en una zona de viñedos. Las ejecuciones diarias, parecían no amedentrar a aquellos salvajes que se habían propagado como una plaga. Sentía que su situación era degradante. Hacía un año atrás, su legión era capaz de hazañas gloriosas. Ahora, con cada muerte estúpida a manos de esos criminales salvajes, hacía caer la moral de sus hombres y las reyertas y peleas entre ellos eran cada vez más comunes. Tuvo que aumentar las penas por deserción y los castigos. Ya no estaba seguro si había más bajas por la guerra o los azotes.

domingo, 24 de noviembre de 2013

Un Comienzo

Roma, año 270 A.C.
40 km al norte de la capital de la República.
Campamento de la Primera Legión
General Julio Libo

- ¡Señor! - Dijo el guardia en la entrada de la tienda de campaña que albergaba a su general. - Un mensajero dice traer noticias del Senado.
- Que pase. - Respondió secamente Julio Libo. Hacía ya varios días que esperaba noticias desde la capital. Sabía que la guerra contra la Liga, iba a requerir de sus servicios de un momento a otro.
- ¡Salve, general Libo! - Se anunció el mensajero cuyo rostro demarcaba la larga jornada de viaje para llevar el mensaje urgente que debía entregar.
- ¿Qué traes para mi, mensajero? - Preguntó el general parado junto a la mesa llena de mapas y tablillas.
- Mensaje urgente del Senado para Julio Libo. Póngase en marcha con el amanecer. Puede obrar según lo acordado. Fin del mensaje, general.
- ¡Guardia! - Exclamó Libo - ¡Reunión de oficiales en esta tienda antes del atardecer! - y agregó - Dele de comer y beber a este hombre.
- Gracias, Excelencia. - Dijo el mensajero agachando la cabeza en señal de sumisión. Luego se retiró de la tienda junto al guardia dejando al general inmerso en la mesa de mapas.

Al pie de La Toscana
60 km al norte de Roma

- ¡Los romanos están aquí! ¡Los romanos están aquí! - Gritaba el jinete a la vez que acicateaba su monta y atravesaba las hogueras en dónde los soldados etruscos se refugiaban del frío de la noche.

El capitán a cargo de esos seiscientos hombres, se paró de un salto alarmado por la repentina aparición de aquel jinete. Se suponía que el enemigo no iba a moverse al menos hasta el mes siguiente. Pero por alguna razón lo hacía antes.

El jinete desmontó a la carrera haciendo gala de gran pericia y corrió hacia el centro del improvisado campamento. Al ver la inconfundible armadura reluciente de quien estaba al mando, se detuvo agitadamente para dar el resto de su informe:

- ¡He visto a los romanos, señor! - Tras tomar aire prosiguió - ¡Nos doblan en número, capitán! ¡Vienen directamente hacia nosotros! ¡Se han separado del camino principal y vienen hacia aquí, como si conocieran nuestra posición!

El capitán elevó su próspera barba al cielo para ver el cúmulo de nubes que lo cubría. Iba a llover. Los hombres a su alrededor esperaban las órdenes con cierto temor. El informe del ojeador era por demás elocuente, y todos sabían que eran lo único que se interponía a los romanos en su ruta a Velatri. Y el enemigo era superior en número. La resignación se contagió en sus corazones.

- Necesito un mensajero con monta fresca hacia Velatri. Que de aviso que los romanos ya están aquí. Que envíen todos los refuerzos posibles de la guarnición del pueblo. Necesito a todo hombre capaz de cargar cualquier arma para detener al enemigo. Si caemos aquí, no habrá nada más que impida al enemigo hacerse de Velatri. Que Atunis se apiada de nosotros.

Un esclavo se acercó raudo con las riendas en mano de un corcel negro que piafaba y pateaba el suelo con sobrada energía, como exigiendo dejarlo correr. Uno de los oficiales más jóvenes, se montó sobre él y antes de partir, recibió las últimas instrucciones de su capitán, que la vez era su padre:

- Escúchame bien, hijo mio. Escúchame bien por todos los dioses. Diles que no pueden fallar. Si no logramos detener a los romanos a campo abierto, ya no habrá quien defienda a nuestro pueblo. Diles que con gusto daré mi vida en esta gesta, pero que sólo pido a cambio que no sea en vano. Corre como el viento y trae contigo esos refuerzos. Que Maris te acompañe.
- ¡Así será, padre! ¡Puedes darlo por hecho! - Tras lo cual salió despavorido levantando grandes nubes de polvo tras el galope del negro caballo.


Su padre lo vió alejarse, y sintió que con él viajaban todas las esperanzas, todos sus sueños. Se sintió vacío, pero tuvo especial cuidado que nadie a su alrededor lo notara.

Muy cerca de allí entre los bosques al pie de La Toscana

Póstuma Escápulo esperó con paciencia. Sabía que ese sendero, era el camino más rápido entre la posición de los etruscos y la ciudad de Vilatri. Estaba oculta entre las ramas de un viñedo abandonado y ya silvestre. Tendida sobre el suelo lleno de terrones de tierra alguna vez cuidada, con los ojos fijos viendo la inminente tormenta avanzar hacia el norte, sintió en su cuerpo el distante vibrar de un galope enloquecido. Era lo que esperó toda la noche.

Estiró el brazo derecho para tomar el arco de casi un metro de largo, y clavándolo en el suelo hizo acopio de todas sus fuerzas para llevar el tiento hasta la punta más alta. Su cuerpo delgado pero entrenado, se abultó con el esfuerzo hasta lograr su cometido. Luego eligió una flecha de las varias que contenía su aljaba, examinando sus puntas. Tomó una especialmente diseñada por ella, con los extremos tallados con cortes diagonales que le daban una forma particular. Tapó su cara con un manto negro que envolvió toda su cabeza, dejando apenas libre sus ojos. Echó un último vistazo a su entorno y comprobó el viento inexistente que le favorecía a un disparo limpio. A lo lejos, la figura recortada del jinete se hizo visible cuando las nubes dejaron pasar un rayo de luz de luna. "Gracias, Fortuna. Déjalo así" susurró para si, mientras comenzó a tensar el arco entre sus manos. La flecha apuntaba a la clara silueta que asomaba sobre el corcel despavorido.

El joven volvió a golpear con sus talones al caballo para exigirle más. Ya faltaba unas horas para el amanecer. Sólo un poco más de esfuerzo y llegaría a Velatri. Atrás de si, un puñado de valientes dependían de él. Su padre se sentiría orgulloso al verlo llegar a la cabeza de las tropas de refuerzo. El sendero se extendía claramente a la luz de la luna, y el animal parecía devorar la distancia. Los viejos viñedos abandonados a los costados de aquel camino, les hicieron recordar la guerra que por unos momentos había olvidado para llevarlo a su pasado. Hacía sólo unos tres años atrás, esos mismos parajes rebozaban de vida, y la gente de aquellos viñedos se arremolinaba con gritos de euforia con cada carrera, apostándolo todo por él y su corcel negro. Las apuestas que le habían servido para ganar un buen dinero en muchas ocasiones. Ahora la competencia era otra. Más noble, más importante, pero en un escenario trágico. El silbido fue casi imperceptible, y el tremendo golpe fue aún más inesperado. El dolor terrible llegó inmediatamente después, interrumpiéndole la respiración. Instintivamente abrió su boca, pero el aire ya no existía. Algo lo había desgarrado en su interior, como si un rayo lo hubiese golpeado. Se llevó las manos al pecho buscando oprimirlo, pero sólo encontró parte del asta que se hundía profunda en él. El mundo a su alrededor, los viñedos, el dolor y su pasado, se fundieron en un solo pensamiento que se fugó muy lejos y demasiado rápido como para intentar detenerlos.

Póstuma vio al caballo encabritarse primero, hasta quitarse a su jinete muerto de encima como si fuera un muñeco de trapo. Luego continuó su carrera más rápido que antes, pero revoleando su cabeza y crines alocadamente para continuar y alejarse por el camino. Notó al magnífico animal, que pasó casi delante de ella. Pudo oler el sudor de la bestia a la carrera. Se movió furtiva ya con una nueva flecha en su arco lista para volver a disparar, pero el cuerpo inerte no dio señales de vida. Ya junto a él, pudo observar que era muy joven, como de unos veinte años. Sus apuestas facciones estaban desfiguradas por la muerte repentina. Revisó su austero uniforme buscando algo importante que no halló, tras lo cual fue en busca de su propia montura escondida más allá de la hilera de árboles, a unos cincuenta metros. Ese caballo negro, tenía ahora otro destino marcado.

30 km al Sur de Velatri
Primera Legión al mando de Julio Libo

- Dos unidades de honderos en cada flanco. Una formación de Hastatis tras cada par. Los jabalineros al frente, delante de mi. - Ordenó Julio Libo a sus oficiales.

Desde la elevación del monte, y en forma decidida, bajo una lluvia implacable que se desprendía del cielo cubierto de nubes, tres unidades de lanceros itálicos, bajaban precedidos por una formación irregular de auxiliares armados con piedras, hondas y escudos de madera.

- ¿Qué se sabe de los refuerzos desde Velatri? - Preguntó Libo sin dejar de ver avanzar al enemigo que continuaba formado, inexorable hacia sus líneas por la tierra senagosa.
- Nada, señor. - Contestó uno de sus oficiales. - Nuestro agente se encargó que no llegasen a tiempo. - Agregó escondiendo una sonrisa de satisfacción.

Libo asintió con la cabeza pero en silencio. Los etruscos lo atacaban frontalmente con el único objetivo de provocar tantas bajas como pudiesen, aún sabiendo que tenían pocas chances de obtener una victoria. Querían regalarle una esperanza a los ciudadanos de Velatri. Eran valientes.

La primera línea auxiliar romana, formó un semicírculo, envolviendo en un abrazo mortal al enemigo. Los etruscos atacaron el centro, intentando llegar con sus piedras hasta la posición del comandante romano. Pero muy pronto, una lluvia interminable de jabalinas y proyectiles de todo tipo, cayó sobre ellos. Muchos se tomaban la cabeza al recibir terribles piedrazos. Otros se retorcían de dolor al ser atravesados por las jabalinas y lanzas, y retrocedían dejando tras de si, caminos de sangre. Los lanceros etruscos, al ver a sus valientes compañeros siendo masacrados desde todos los fentes, intentan arremeter por los flancos. Su capitán, arremetía el centro, directamente hacia Julio Libo y su guardia personal.


En el flanco izquierdo, los honderos romanos, al verse atacados de frente por la formación de lanceros etruscos, echaron a correr en retirada, dando lugar a los Hastatis para que avancen. Lo hicieon lanzando una descarga de pilums, que provocó que varios enemigos se torcieran al clavárseles en el cuerpo las pesadas puntas de hierro. Luego chocaron frontalmente. 

La situación se repetía en el centro y a la derecha. Libo y su guardia contuvieron bien la ofensiva enemiga, a la vez que daba gritos de aliento al flanco izquierdo. La lucha era encarnizada y sangrienta en los tres frentes y parecía estancada. Los pocos escaramuzadores etruscos sobrevivientes al encuentro inicial, ya corrían colina arriba, aterrorizados e intentando salvar sus vidas, aprovechando la matanza entre lanceros y hastatis.

Pero el flanco derecho etrusco cedió. No pudo contener la furia de los hastatis, que con sus temibles escudos y gladios, empujaban y apuñalaban sin piedad alguna. Bien formados y entrenados, pronto fueron dejando montones de uniformes celestes ensangrentados, dispersos en las pasturas. Los jabalineros romanos, al ver al flanco etrusco romper en fuga, sacaron a relucir sus espadas y fueron tras ellos. Los hastatis, en cambio, a un grito de su tribuno, ya sin enemigos frente a sí, se prepararon para formar y cargar sobre el centro de las fuerzas etruscas que luchaban denodadamente contra Libo y su guardia, que ya parecía tener problemas para contenerlos.

El capitán etrusco, al ver que su flanco derecho había caído, se percató del peligro inminente. Inmediatamente, ordenó una retirada ordenada para evitar quedar encerrado entre dos formaciones: Libo al frente, y los hastatis en su retaguardia. El flanco izquierdo, mientras tanto, al ver retroceder a su capitán, flaqueó repentinamente y desató una fuga improvisada y contagiosa, y fue perseguido por las tropas auxiliares romanas, que no tardaron en darles alcance y asesinarlos uno a uno por la espalda.

Fue entonces, cuando el barbado comandante de los Heraldos de Leight, entendió que todo había acabado. Maldijo a los dioses por permitirle ver la masacre de sus hombres, y liberó a su guardia para que dejaran de combatir, e intentasen escapar hacia las montañas. Sus refuerzos nunca llegaron. ¿Qué le había sucedido a su hijo? ¿Lo habría traicionado por cobardía? No. Eso jamás. O bien los defensores de Velatri cayeron en miedo, o su amado hijo nunca pudo llegar a destino. Ya era tarde para cualquier conclusión, que no fuera morir por su amada Estrucia. Ya se volverían a encontrar en la otra vida, y allí habría una explicación para todo.

- ¡Se retiran! ¡Se retiran! ¡Victoria! ¡Roma ha vencido!
- ¡Mátenlos a todos! ¡Que no quede uno vivo! ¡POR ROMA!- Exhortó Libo a gritos por encima de las voces de alegría de sus soldados, apuntando con su gladio sangriento al cielo lluvioso. La matanza fue terriblemente cruel e impiadosa.