Roma, año 270 A.C.
40 km al norte de la capital de la República.
Campamento de la Primera Legión
General Julio Libo
- ¡Señor! - Dijo el guardia en la entrada de la tienda de campaña que albergaba a su general. - Un mensajero dice traer noticias del Senado.
- Que pase. - Respondió secamente Julio Libo. Hacía ya varios días que esperaba noticias desde la capital. Sabía que la guerra contra la Liga, iba a requerir de sus servicios de un momento a otro.
- ¡Salve, general Libo! - Se anunció el mensajero cuyo rostro demarcaba la larga jornada de viaje para llevar el mensaje urgente que debía entregar.
- ¿Qué traes para mi, mensajero? - Preguntó el general parado junto a la mesa llena de mapas y tablillas.
- Mensaje urgente del Senado para Julio Libo. Póngase en marcha con el amanecer. Puede obrar según lo acordado. Fin del mensaje, general.
- ¡Guardia! - Exclamó Libo - ¡Reunión de oficiales en esta tienda antes del atardecer! - y agregó - Dele de comer y beber a este hombre.
- Gracias, Excelencia. - Dijo el mensajero agachando la cabeza en señal de sumisión. Luego se retiró de la tienda junto al guardia dejando al general inmerso en la mesa de mapas.
Al pie de La Toscana
60 km al norte de Roma
- ¡Los romanos están aquí! ¡Los romanos están aquí! - Gritaba el jinete a la vez que acicateaba su monta y atravesaba las hogueras en dónde los soldados etruscos se refugiaban del frío de la noche.
El capitán a cargo de esos seiscientos hombres, se paró de un salto alarmado por la repentina aparición de aquel jinete. Se suponía que el enemigo no iba a moverse al menos hasta el mes siguiente. Pero por alguna razón lo hacía antes.
El jinete desmontó a la carrera haciendo gala de gran pericia y corrió hacia el centro del improvisado campamento. Al ver la inconfundible armadura reluciente de quien estaba al mando, se detuvo agitadamente para dar el resto de su informe:
- ¡He visto a los romanos, señor! - Tras tomar aire prosiguió - ¡Nos doblan en número, capitán! ¡Vienen directamente hacia nosotros! ¡Se han separado del camino principal y vienen hacia aquí, como si conocieran nuestra posición!
El capitán elevó su próspera barba al cielo para ver el cúmulo de nubes que lo cubría. Iba a llover. Los hombres a su alrededor esperaban las órdenes con cierto temor. El informe del ojeador era por demás elocuente, y todos sabían que eran lo único que se interponía a los romanos en su ruta a Velatri. Y el enemigo era superior en número. La resignación se contagió en sus corazones.
- Necesito un mensajero con monta fresca hacia Velatri. Que de aviso que los romanos ya están aquí. Que envíen todos los refuerzos posibles de la guarnición del pueblo. Necesito a todo hombre capaz de cargar cualquier arma para detener al enemigo. Si caemos aquí, no habrá nada más que impida al enemigo hacerse de Velatri. Que Atunis se apiada de nosotros.
Un esclavo se acercó raudo con las riendas en mano de un corcel negro que piafaba y pateaba el suelo con sobrada energía, como exigiendo dejarlo correr. Uno de los oficiales más jóvenes, se montó sobre él y antes de partir, recibió las últimas instrucciones de su capitán, que la vez era su padre:
- Escúchame bien, hijo mio. Escúchame bien por todos los dioses. Diles que no pueden fallar. Si no logramos detener a los romanos a campo abierto, ya no habrá quien defienda a nuestro pueblo. Diles que con gusto daré mi vida en esta gesta, pero que sólo pido a cambio que no sea en vano. Corre como el viento y trae contigo esos refuerzos. Que Maris te acompañe.
- ¡Así será, padre! ¡Puedes darlo por hecho! - Tras lo cual salió despavorido levantando grandes nubes de polvo tras el galope del negro caballo.
Su padre lo vió alejarse, y sintió que con él viajaban todas las esperanzas, todos sus sueños. Se sintió vacío, pero tuvo especial cuidado que nadie a su alrededor lo notara.
Muy cerca de allí entre los bosques al pie de La Toscana
Póstuma Escápulo esperó con paciencia. Sabía que ese sendero, era el camino más rápido entre la posición de los etruscos y la ciudad de Vilatri. Estaba oculta entre las ramas de un viñedo abandonado y ya silvestre. Tendida sobre el suelo lleno de terrones de tierra alguna vez cuidada, con los ojos fijos viendo la inminente tormenta avanzar hacia el norte, sintió en su cuerpo el distante vibrar de un galope enloquecido. Era lo que esperó toda la noche.
Estiró el brazo derecho para tomar el arco de casi un metro de largo, y clavándolo en el suelo hizo acopio de todas sus fuerzas para llevar el tiento hasta la punta más alta. Su cuerpo delgado pero entrenado, se abultó con el esfuerzo hasta lograr su cometido. Luego eligió una flecha de las varias que contenía su aljaba, examinando sus puntas. Tomó una especialmente diseñada por ella, con los extremos tallados con cortes diagonales que le daban una forma particular. Tapó su cara con un manto negro que envolvió toda su cabeza, dejando apenas libre sus ojos. Echó un último vistazo a su entorno y comprobó el viento inexistente que le favorecía a un disparo limpio. A lo lejos, la figura recortada del jinete se hizo visible cuando las nubes dejaron pasar un rayo de luz de luna. "Gracias, Fortuna. Déjalo así" susurró para si, mientras comenzó a tensar el arco entre sus manos. La flecha apuntaba a la clara silueta que asomaba sobre el corcel despavorido.
El joven volvió a golpear con sus talones al caballo para exigirle más. Ya faltaba unas horas para el amanecer. Sólo un poco más de esfuerzo y llegaría a Velatri. Atrás de si, un puñado de valientes dependían de él. Su padre se sentiría orgulloso al verlo llegar a la cabeza de las tropas de refuerzo. El sendero se extendía claramente a la luz de la luna, y el animal parecía devorar la distancia. Los viejos viñedos abandonados a los costados de aquel camino, les hicieron recordar la guerra que por unos momentos había olvidado para llevarlo a su pasado. Hacía sólo unos tres años atrás, esos mismos parajes rebozaban de vida, y la gente de aquellos viñedos se arremolinaba con gritos de euforia con cada carrera, apostándolo todo por él y su corcel negro. Las apuestas que le habían servido para ganar un buen dinero en muchas ocasiones. Ahora la competencia era otra. Más noble, más importante, pero en un escenario trágico. El silbido fue casi imperceptible, y el tremendo golpe fue aún más inesperado. El dolor terrible llegó inmediatamente después, interrumpiéndole la respiración. Instintivamente abrió su boca, pero el aire ya no existía. Algo lo había desgarrado en su interior, como si un rayo lo hubiese golpeado. Se llevó las manos al pecho buscando oprimirlo, pero sólo encontró parte del asta que se hundía profunda en él. El mundo a su alrededor, los viñedos, el dolor y su pasado, se fundieron en un solo pensamiento que se fugó muy lejos y demasiado rápido como para intentar detenerlos.
Póstuma vio al caballo encabritarse primero, hasta quitarse a su jinete muerto de encima como si fuera un muñeco de trapo. Luego continuó su carrera más rápido que antes, pero revoleando su cabeza y crines alocadamente para continuar y alejarse por el camino. Notó al magnífico animal, que pasó casi delante de ella. Pudo oler el sudor de la bestia a la carrera. Se movió furtiva ya con una nueva flecha en su arco lista para volver a disparar, pero el cuerpo inerte no dio señales de vida. Ya junto a él, pudo observar que era muy joven, como de unos veinte años. Sus apuestas facciones estaban desfiguradas por la muerte repentina. Revisó su austero uniforme buscando algo importante que no halló, tras lo cual fue en busca de su propia montura escondida más allá de la hilera de árboles, a unos cincuenta metros. Ese caballo negro, tenía ahora otro destino marcado.
30 km al Sur de Velatri
Primera Legión al mando de Julio Libo
- Dos unidades de honderos en cada flanco. Una formación de Hastatis tras cada par. Los jabalineros al frente, delante de mi. - Ordenó Julio Libo a sus oficiales.
Desde la elevación del monte, y en forma decidida, bajo una lluvia implacable que se desprendía del cielo cubierto de nubes, tres unidades de lanceros itálicos, bajaban precedidos por una formación irregular de auxiliares armados con piedras, hondas y escudos de madera.
- ¿Qué se sabe de los refuerzos desde Velatri? - Preguntó Libo sin dejar de ver avanzar al enemigo que continuaba formado, inexorable hacia sus líneas por la tierra senagosa.
- Nada, señor. - Contestó uno de sus oficiales. - Nuestro agente se encargó que no llegasen a tiempo. - Agregó escondiendo una sonrisa de satisfacción.
Libo asintió con la cabeza pero en silencio. Los etruscos lo atacaban frontalmente con el único objetivo de provocar tantas bajas como pudiesen, aún sabiendo que tenían pocas chances de obtener una victoria. Querían regalarle una esperanza a los ciudadanos de Velatri. Eran valientes.
La primera línea auxiliar romana, formó un semicírculo, envolviendo en un abrazo mortal al enemigo. Los etruscos atacaron el centro, intentando llegar con sus piedras hasta la posición del comandante romano. Pero muy pronto, una lluvia interminable de jabalinas y proyectiles de todo tipo, cayó sobre ellos. Muchos se tomaban la cabeza al recibir terribles piedrazos. Otros se retorcían de dolor al ser atravesados por las jabalinas y lanzas, y retrocedían dejando tras de si, caminos de sangre. Los lanceros etruscos, al ver a sus valientes compañeros siendo masacrados desde todos los fentes, intentan arremeter por los flancos. Su capitán, arremetía el centro, directamente hacia Julio Libo y su guardia personal.
En el flanco izquierdo, los honderos romanos, al verse atacados de frente por la formación de lanceros etruscos, echaron a correr en retirada, dando lugar a los Hastatis para que avancen. Lo hicieon lanzando una descarga de pilums, que provocó que varios enemigos se torcieran al clavárseles en el cuerpo las pesadas puntas de hierro. Luego chocaron frontalmente.
La situación se repetía en el centro y a la derecha. Libo y su guardia contuvieron bien la ofensiva enemiga, a la vez que daba gritos de aliento al flanco izquierdo. La lucha era encarnizada y sangrienta en los tres frentes y parecía estancada. Los pocos escaramuzadores etruscos sobrevivientes al encuentro inicial, ya corrían colina arriba, aterrorizados e intentando salvar sus vidas, aprovechando la matanza entre lanceros y hastatis.
Pero el flanco derecho etrusco cedió. No pudo contener la furia de los hastatis, que con sus temibles escudos y gladios, empujaban y apuñalaban sin piedad alguna. Bien formados y entrenados, pronto fueron dejando montones de uniformes celestes ensangrentados, dispersos en las pasturas. Los jabalineros romanos, al ver al flanco etrusco romper en fuga, sacaron a relucir sus espadas y fueron tras ellos. Los hastatis, en cambio, a un grito de su tribuno, ya sin enemigos frente a sí, se prepararon para formar y cargar sobre el centro de las fuerzas etruscas que luchaban denodadamente contra Libo y su guardia, que ya parecía tener problemas para contenerlos.
El capitán etrusco, al ver que su flanco derecho había caído, se percató del peligro inminente. Inmediatamente, ordenó una retirada ordenada para evitar quedar encerrado entre dos formaciones: Libo al frente, y los hastatis en su retaguardia. El flanco izquierdo, mientras tanto, al ver retroceder a su capitán, flaqueó repentinamente y desató una fuga improvisada y contagiosa, y fue perseguido por las tropas auxiliares romanas, que no tardaron en darles alcance y asesinarlos uno a uno por la espalda.
Fue entonces, cuando el barbado comandante de los Heraldos de Leight, entendió que todo había acabado. Maldijo a los dioses por permitirle ver la masacre de sus hombres, y liberó a su guardia para que dejaran de combatir, e intentasen escapar hacia las montañas. Sus refuerzos nunca llegaron. ¿Qué le había sucedido a su hijo? ¿Lo habría traicionado por cobardía? No. Eso jamás. O bien los defensores de Velatri cayeron en miedo, o su amado hijo nunca pudo llegar a destino. Ya era tarde para cualquier conclusión, que no fuera morir por su amada Estrucia. Ya se volverían a encontrar en la otra vida, y allí habría una explicación para todo.
- ¡Se retiran! ¡Se retiran! ¡Victoria! ¡Roma ha vencido!
- ¡Mátenlos a todos! ¡Que no quede uno vivo! ¡POR ROMA!- Exhortó Libo a gritos por encima de las voces de alegría de sus soldados, apuntando con su gladio sangriento al cielo lluvioso. La matanza fue terriblemente cruel e impiadosa.
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